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Un cúmulo de despropósitos

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Si consideramos que no se puede hablar de pareja si uno de los dos no se considera como tal, tampoco era de recibo escribir aquí si uno de los autores no quería hacerlo. Aunque si bien Don Bartolomeo no escribe literalmente, sin él no tenía mucho sentido publicar en solitario.
La cuestión es que Don Bartolomeo se había enfadado conmigo. Se ha pasado meses sin hablarme, vamos era un tontería pero como es tan cabezón…

Te estoy escuchando…

Total, hasta que no se le ha pasado el mosqueo, eso sin hablar de las “gripes” y otras cosas…ya se sabe, cuando uno es viejo todo dura más…menos el sexo, que a estas edades es inexistente…

Te voy a dar Ramoncito…

Todo comenzó cuando Don Bartolomeo me invitó a merendar. En un principio le dije no podía, que había quedado con un amigo...era mentira, le estaba preparando una encerrona. Como en el fondo es buena gente me dijo que no importaba, que invitara también a este amigo. La trampa consistía en un intento de aliviar en cierta medida la actitud intransigente de la que adolece Don Bartolomeo para con las gentes de otras razas. Es ahí donde entraba mi amigo Roberto, español de nacimiento pero de padres senegaleses, por lo que básicamente el muchacho es de color. Como diría Don Bartolomeo…”este tío es más negro que mi corazón”.
Los hábitos y costumbres de Roberto son las de cualquier español, como lo es él. En todos los aspectos es como cualquiera que haya nacido en España. Habla castellano sin ningún tipo de acento, sus gustos y aficiones son las comunes al resto y lo único que lo hace “diferente” es el color de su piel, del que por desgracia, no terminamos de acostumbrarnos.
La cosa empezó bien nada más llegar. Don Bartolomeo parecía que estaba viendo el fantasma de su difunta madre cuando al abrir la puerta vio a Roberto. Quedó mudo durante unos segundos antes de invitarnos a pasar.

Que impresión más mala me llevé…Jesús…

Estábamos sentados en el salón y Don Bartolomeo no dejaba de mirar a Roberto fijamente. Reaccionó al cabo de un rato y nos instó a servirnos la merienda. Si bien a mí me lo dijo de forma natural, a Roberto le decía: ¡SIR-VE-TE CA-FE! ¡CO-GE U-NA MAG-DA-LE-NA!
Yo le daba un “oscar” a Roberto por como aguantó la risa durante esos momentos, aunque a decir verdad, este tipo de incidentes le ocurren a menudo.
El momento álgido llegó cuando Don Bartolomeo le preguntó: ¡¿TU A QUE TE DE-DI-CAS?!

Que cabrón…

Calle, calle. Roberto le contestó con normalidad; que si estaba estudiando, que si jugaba al fútbol y tal. Don Bartolomeo quedó mudo, no se lo esperaba. Su actitud condescendiente paso a ser más seria que de costumbre. Le habíamos vacilado y no le sentó muy bien. Parecía una chica a la que el novio le había dejado plantada para ir a jugar a la “play” con los colegas cuando me dijo…”Ramoncito, creía que eras tú eras distinto. Me has decepcionado”…y dejó de hablarme hasta hoy.

Te lo merecías.

¿Pero se dio cuenta que el color de la piel no determina si alguien es bueno o malo?¿Mejor o peor que nosotros?...Porque Roberto se comporta y tiene unas costumbres y forma de ser igual que las nuestras.

Si, ya lo vi. ¿Pero te has fijado que agujeros de la nariz más grandes tiene?

¡¡Don Bartolomeo!!

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